Hace algunos años, Calcuta vivió una gran escasez de azúcar.
Un día, un niño de cuatro años vino a verme con sus padres. Al tiempo que me hacía entrega de él, el pequeño me dijo:
“He pasado tres días sin probar azúcar. Toma. Es para tus niños.”
Aquel pequeñuelo amaba con un amor grande. Lo había manifestado con un sacrificio personal.
Quiero aclararlo: no tendría más de tres o cuatro años. Le costaba pronunciar mi nombre. No me resultaba conocido, ni él ni sus padres. El niño tomó aquella decisión tras haber oído hablar a los mayores de mi situación.
Una gran parte de lo que recibimos procede de los niños. Es fruto de sus sacrificios, de sus pequeños gestos de amor